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miércoles, 27 de abril de 2016

IDEOLOGIAS VERSUS ACCIONES CONCRETAS



Aunque en las sociedades democráticas, como la nuestra, se habla mucho de libertad de expresión, de tolerancia, de respeto, parece que impera demasiado el principio del pensamiento único. Sabemos que los asuntos se pueden afrontar de distintas maneras, desde diferentes puntos de vista y alternativas, pero en muchas ocasiones se impone una determinada tesis, que se defiende como la única, aunque existen otras opciones. Desde el siglo XX, denominado el siglo de las ideologías, han surgido grandes movimientos sociales y de pensamiento, con el consiguiente adoctrinamiento de masas por parte de los medios de comunicación, de la propaganda, y de otros procedimientos más groseros. Comprobamos así que cada ideología se ve a sí misma como la depositaria de las ideas que pueden resolver cualquier problema de la sociedad, ya sea presente o futuro. Esto convierte a la ideología en un dogmatismo, pues se cierra a las ideas de los demás como posible fuente de soluciones a los problemas que se plantean en el día a día.

Un ejemplo de estas observaciones podemos encontrarlo en el debate sobre el aborto. Aunque haya muchas derivaciones, en él se aborda, en el fondo, un asunto tan simple y complejo a la vez, como es la vida del ser humano. Sorprende que algo tan evidente pueda despertar posturas enfrentadas, argumentos opuestos, opiniones dispares, muchas veces ambiguas, cuando no absurdas. Vemos incluso que, con el fin de hacer prevalecer el propio juicio, se manipula el lenguaje de forma descarada, creando así confusión y dudas entre las personas.

El aborto es un drama, tanto para el ser humano que es eliminado, como para la madre, que tal vez se ha visto obligada a deshacerse de su hijo por diversos motivos, aun sin querer llegar a ese extremo. A nadie se le oculta que en muchas situaciones el embarazo supone un problema muy grave. Y ante ese inconveniente, se propone una solución, que se presenta como la única: eliminemos a ese embrión o feto (ser humano al fin y a la postre), que es la fuente de todos los males. Sin embargo, esta “solución” no es eficaz, porque en realidad no solventa los males provocados, no nos lleva a ninguna parte y, peor todavía, provoca efectos secundarios perversos. Cuando una mujer aborta, suele tener una serie de problemas psíquicos que duran mucho tiempo; de esto no se habla porque no interesa. Además, se impide el crecimiento de la población, con el consiguiente inconveniente socio-económico que esto conlleva. Y sobre todo, estamos destrozando los resortes morales de una sociedad tan enferma, que liquida a sus propios miembros y se vanagloria de ello proclamándolo como un derecho, al tiempo que desprecia abiertamente la vida.

Pero da la casualidad de que hay otras soluciones para el problema del aborto, que pasan por ayudar a la mujer embarazada a que pueda salir adelante, conocer a su hijo y disfrutar de él. Parece sencillo, ¿verdad? Pues no lo es. Porque cuando se proponen medidas concretas para que una mujer no se vea obligada a abortar, se desestiman por una serie de razones que, en el fondo, resultan puramente ideológicas: “la mujer tiene derecho a interrumpir el embarazo”; “la mujer decide qué hacer con su cuerpo”, etc.

Vale, eso está muy bien. Pero, ¿qué pasa con el niño? ¿Y la madre? Si estamos proponiendo resolver los problemas, ayudando con acciones específicas para aliviar una situación muy complicada, pero salvando una vida y evitando un mal trago a la mujer. Si no estamos atentando contra la libertad de nadie; simplemente, estamos planteando otras alternativas que respetan la vida y apoyan la maternidad. Es igual. Estas proposiciones son incorrectas políticamente, se alejan de unos presupuestos ideológicos determinados, y, por tanto, no son de recibo.

Pues nada, adelante con los faroles. Sin embargo, después de todo esto, tal vez nos quede una duda: ¿de verdad queremos buscar soluciones a los problemas, o más bien tratamos de imponer unos determinados criterios, a cualquier precio? De ser así, me temo que corremos el riesgo de caer en el sectarismo, definido como fanatismo e intransigencia en la defensa de una idea o una ideología.


Isidoro Candel Gil

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