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martes, 14 de enero de 2014

INTERESANTE REFLEXIÓN DE REIG PLÁ

REIVINDICACIÓN DE LA CONCIENCIA MORAL
Oímos constantemente que el aborto es un “drama” para las mujeres y que es una realidad “muy sensible” que afecta a muchos. ¿Por qué es un drama? Lo calificamos como drama porque lo que está en juego es la vida o la muerte de un hijo, de un ser humano inocente e indefenso. Si no creyéramos en la resurrección y en la vida eterna, para el concebido no nacido tendríamos que hablar de tragedia porque, en caso de aborto, su único horizonte es la muerte. Hablamos de drama para la mujer embarazada  y de realidad “muy sensible” porque el aborto conlleva mucho sufrimiento para la madre y, hemos de suponer, para el padre de la criatura y los entornos familiares y amigos de la mujer embarazada. Si en este año de 2014 se va a llegar a los dos millones de abortos registrados en las estadísticas en España desde 1985, podemos imaginar que esta herida del aborto afecta a muchísimos españoles. Si a ello añadimos el sufrimiento del síndrome postaborto que acompaña a tantas mujeres, no cabe ninguna duda de que nos enfrentamos ante un colosal problema.
¿Qué podemos hacer ante este problema y ante tanto sufrimiento? La solución de los partidos políticos llamados de izquierda presentes en el parlamento español y la propuesta de los sindicatos mayoritarios va en la dirección de afirmar el aborto como un derecho de la mujer y favorecer el mayor permisivismo de las leyes.  Frente a esta postura el Partido Popular      -desconocemos si con la ayuda de algunos grupos minoritarios del parlamento  o con el apoyo de otros diputados-  se propone aprobar una nueva ley que teóricamente parece más restrictiva y que quiere señalar la importancia jurídica del concebido y no nacido. Esto ha provocado la reacción de algunos representantes del Partido Popular indicando que el anteproyecto debe abrirse a ser corregido buscando un mayor “consenso”.
Si analizamos bien los hechos podemos concluir que la cuestión de la vida o la muerte de los inocentes concebidos-no nacidos se pone a merced del juego político de mayorías y minorías sin afrontar la cuestión de fondo: el aborto es un crimen, es la muerte de un ser humano inocente provocada por la libertad despótica de quienes tienen la responsabilidad de protegerlo -el padre, la madre y los médicos-, y avalada por las leyes de un llamado hipócritamente “Estado de derecho”. ¿Cómo es posible tanta incongruencia?
La razón de lo que está pasando y la explicación de la anestesia de la sociedad española hay que buscarla en la crisis de la “verdad” que venimos sufriendo en este momento calificado de postmoderno o postcristiano. La crisis de la “verdad” y la debilidad de la razón para abrazarla ha conducido a lo que el Papa Benedicto XVI llamaba la “dictadura del relativismo”. Este virus maligno se ha introducido en la “cultura hegemónica”, en la política y en la vida de las personas a base de transformar la conciencia moral  en mero subjetivismo o simple ejercicio de una libertad individual creadora del bien o del mal. Pero ¿es esto así?
Para deshacer este entuerto que conduce al nihilismo conviene recordar que la conciencia moral es “discípula” y no “maestra” de la verdad. Quien obliga y debe dirigir la conducta humana es la verdad que resuena y es personalizada en la conciencia moral. Por eso lo propio de la conciencia es “oír” y por tanto seguir la verdad, obedecer (ob-audire). No es la arbitrariedad sino la “verdad” lo que pone en pie al hombre y hace digna y habitable (ecología) una sociedad. “A quienes querrían  negar la existencia de la conciencia moral en el hombre, reduciendo su voz al resultado de condicionamientos externos o a un fenómeno puramente emotivo, es importante reafirmar que la calidad moral de la acción humana no es un valor extrínseco u opcional, ni tampoco una prerrogativa de los cristianos o de los creyentes, sino que es común a todo ser humano. En la conciencia moral Dios habla a cada persona e invita a defender la vida humana en todo momento. En este vínculo personal con el Creador está la dignidad profunda de la conciencia moral y la razón de su inviolabilidad” (Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea General de la Academia Pontificia para la vida, 26-2-2011).
La cuestión del aborto que provoca la muerte de un ser humano inocente y daña a las madres debe ser sacado del juego de mayorías o minorías. Este es un tema -la vida humana- anterior al parlamento y que debe fundamentar todo el orden constitucional encaminado a la protección y cuidado del bien humano que comienza con el “derecho a la vida”.
Este no es el momento del debate de pareceres o consensos extraños, sino el momento de reconocer lo que la biología y la genética nos han hecho descubrir. No reconocer la vida humana y protegerla desde el inicio es ponerse de espaldas a la realidad. Por eso, más allá de las soluciones pseudopolíticas, reivindico los derechos de una conciencia moral rectamente formada; es decir, una conciencia capaz de conocer la verdad y obedecerla. Es esto lo que puede engrandecernos a todos y, de manera especial, a las mujeres. Es hora de que florezca en la sociedad española un gran movimiento de mujeres que pongan de manifiesto el “genio femenino” y reivindiquen sus vientres como el lugar más seguro para que florezca la vida humana y sea custodiada. Acoger a un hijo es acoger a una persona, el mayor don humanamente hablando; de ahí deriva la importancia de la maternidad y de a paternidad.
España está en estos  momentos en una encrucijada. Es el momento de apostar por el triunfo de la vida o la permanencia de la cultura de la muerte. El Partido Popular tiene la gran posibilidad histórica de iniciar el cambio de rumbo en Europa. Yo apelo, con humildad, a la conciencia moral de todos los diputados y senadores de los distintos partidos políticos en España. Si la conciencia, como nos recordaba Benedicto XVI, “se reduce al ámbito de lo subjetivo, al que se relegan la religión y la moral, la crisis de occidente no tiene remedio y Europa está destinada a la involución. En cambio, si la conciencia vuelve a descubrirse como lugar de escucha de la verdad y del bien, lugar de la responsabilidad ante Dios y los hermanos en humanidad, que es la fuerza contra cualquier dictadura, entonces hay esperanza de futuro” (Discurso en Zagreb, 4-6-2011).
España envejece y está perdiendo población. Necesitamos por tanto promover entre todos una cultura de la vida que enaltezca la maternidad y procure la ayuda real a las madres. En cualquier caso, nos recuerda el Papa Francisco, “no es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana” (Evangelii gaudium, 214). Nuestros políticos harían bien en considerar los pasos del que es su patrono, Santo Tomás Moro, el gran campeón de la conciencia moral rectamente formada.

X Juan Antonio Reig Pla

Obispo de Alcalá de Henares

miércoles, 8 de enero de 2014

PASADO O ACTUALIDAD

Por su indudable actualidad, merece la pena rescatar elbrillante artículo que el gran Miguel Delibes escribió en ABC el 20 de diciembre de 2007.

En estos días en que tan frecuentes son las manifestaciones en favor del aborto libre, me ha llamado la atención un grito que, como una exigencia natural, coreaban las manifestantes: «Nosotras parimos, nosotras decidimos». En principio, la reclamación parece incontestable y así lo sería si lo parido fuese algo inanimado, algo que el día de mañana no pudiese, a su vez, objetar dicha exigencia, esto es, parte interesada, hoy muda, de tan importante decisión. La defensa de la vida suele basarse en todas partes en razones éticas, generalmente de moral religiosa, y lo que se discute en principio es si el feto es o no es un ser portador de derechos y deberes desde el instante de la concepción. Yo creo que esto puede llevarnos a argumentaciones bizantinas a favor y en contra, pero una cosa está clara: el óvulo fecundado es algo vivo, un proyecto de ser, con un código genético propio que con toda probabilidad llegará a serlo del todo si los que ya disponemos de razón no truncamos artificialmente el proceso de viabilidad. De aquí se deduce que el aborto no es matar (parece muy fuerte eso de calificar al abortista de asesino), sino interrumpir vida; no es lo mismo suprimir a una persona hecha y derecha que impedir que un embrión consume su desarrollo por las razones que sea. Lo importante, en este dilema, es que el feto aún carece de voz, pero, como proyecto de persona que es, parece natural que alguien tome su defensa, puesto que es la parte débil del litigio.
La socióloga americana Priscilla Conn, en un interesante ensayo, considera el aborto como un conflicto entre dos valores: santidad y libertad, pero tal vez no sea éste el punto de partida adecuado para plantear el problema. El término santidad parece incluir un componente religioso en la cuestión, pero desde el momento en que no se legisla únicamente para creyentes, convendría buscar otros argumentos ajenos a la noción de pecado. En lo concerniente a la libertad habrá que preguntarse en qué momento hay que reconocer al feto tal derecho y resolver entonces en nombre de qué libertad se le puede negar a un embrión la libertad de nacer. Las partidarias del aborto sin limitaciones piden en todo el mundo libertad para su cuerpo. Eso está muy bien y es de razón siempre que en su uso no haya perjuicio de tercero. Esa misma libertad es la que podría exigir el embrión si dispusiera de voz, aunque en un plano más modesto: la libertad de tener un cuerpo para poder disponer mañana de él con la misma libertad que hoy reclaman sus presuntas y reacias madres. Seguramente el derecho a tener un cuerpo debería ser el que encabezara el más elemental código de derechos humanos, en el que también se incluiría el derecho a disponer de él, pero, naturalmente, subordinándole al otro.
Y el caso es que el abortismo ha venido a incluirse entre los postulados de la moderna «progresía». En nuestro tiempo es casi inconcebible un progresista antiabortista. Para estos, todo aquel que se opone al aborto libre es un retrógrado, posición que, como suele decirse, deja a mucha gente, socialmente avanzada, con el culo al aire. Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia. Años después, el progresista añadió a este credo la defensa de la Naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos. Para el progresista eran recusables la guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia. En consecuencia, había que oponerse a la carrera de armamentos, a la bomba atómica y al patíbulo. 
El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea por delante. Pero surgió el problema del aborto, del aborto en cadena, libre, y con él la polémica sobre si el feto era o no persona, y, ante él, el progresismo vaciló. El embrión era vida, sí, pero no persona, mientras que la presunta madre lo era ya y con capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto, y políticamente era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podía atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada. Los demás fetos callarían, no podían hacer manifestaciones callejeras, no podían protestar, eran aún más débiles que los más débiles cuyos derechos protegía el progresismo; nadie podía recurrir. Y ante un fenómeno semejante, algunos progresistas se dijeron: esto va contra mi ideología. Si el progresismo no es defender la vida, la más pequeña y menesterosa, contra la agresión social, y precisamente en la era de los anticonceptivos, ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia, esto es, siguen acatando los viejos principios, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado.

Miguel Delibes

sábado, 4 de enero de 2014

PANADEROS POR LA VIDA

Una nueva panadería, y ya son tres, se ha sumado a nuestra campaña publicitaria "Panaderos por la Vida". Se trata en este caso de la regentada por D. Juan Caballero López y que está situada en la calle del Barco de Cieza. Como en los casos anteriores, bajo el lema "Los hijos traen su pan bajo el brazo" los responsables de este establecimiento dicen Sí a la Vida y colaboran con nuestra asociación, compartiendo nuestra publicidad con la suya en la furgoneta de reparto.

Durante estas fiestas navideñas, miembros de Cieza + Vida posaron con el propietario de la panadería junto al vehículo recién rotulado, una Berlingo que ha quedado preciosa.

¡MUCHAS GRACIAS!