Normalmente a finales de diciembre, justo cuando todo
el país está inmerso en esos día tan tópicamente definidos como los más entrañables
y familiares del año, salen las estadísticas del Ministerio de Sanidad relativas a los abortos voluntarios
producidos, no durante ese año que termina, sino en el anterior, en centros
dependientes del sistema público de salud o en centros privados que tienen un
concierto con el mismo.
En ellas se dan gran número de
datos y cifras sobre la edad, la
cultura, el origen geográfico, el
estado civil, el nivel económico, etc.
de las mujeres a las que se les practica eso que tan eufemísticamente
llamamos IVE, siglas que en realidad esconden lo que
parece que no nos atrevemos a llamar por su nombre, ABORTO, seguramente para ver si así la conciencia se nos
adormece un poco y no pensamos en la auténtica realidad que supone, que no es
otra que la de detener el proceso
de desarrollo vital de un nuevo ser humano, acabando con su vida que, por muy
incipiente que sea todavía, es vida y es humana.
Y no es vida y vida humana porque lo digamos aquellos a los
que no nos gusta el aborto y luchamos porque desaparezca, lo es, porque lo dice
la ciencia y lo evidencia la tecnología a nuestro alcance, que nos muestra
imágenes de todo ese proceso de desarrollo, confirmando que ya a los 18-20 días
de embarazo hay un corazón que late y que antes de las doce semanas tiene todo
el aspecto de lo que es, un ser vivo, pequeñito, inmaduro, inocente e indefenso, pero tan humano como cada uno de nosotros.
Entre los muchos datos que se dan
está el de los motivos alegados para abortar, es decir, los famosos supuestos
que en la ley del 85 justificaban la legalidad del aborto. Sorprendentemente el
90% de los abortos se producen antes de la semana 12, a petición de la mujer y
sin que haya habido tiempo de detectar problemas en el niño, simplemente son
causas de tipo social, como la soledad de la mujer, el miedo al qué dirán o a
la pérdida de empleo y en muchos casos la única causa es la falta de recursos.
Es triste que, en esas fechas
navideñas, ningún informativo se haga eco de esa estadística, aunque sería un
buen momento para ello, dado que estamos todos mucho más sensibles y quizás se
nos movería un poco el corazón al ver la enorme tragedia de los más de 100.000
niños que hubiesen nacido el año anterior y que no van a poder conocer a Los
Reyes Magos ni a Papá Noel. Ya después de las fiestas, con la cuesta de enero
tenemos bastante y no nos interesa nada el tema y la cosa sigue rulando hasta
el año siguiente que vuelve a ocurrir lo mismo.
Entre tanto nuestra tasa de
natalidad sigue siendo de las más bajas del mundo y nuestra pirámide de
población se está dando la vuelta, siendo cada vez mayor el número de mayores
que hay que mantener con un número cada vez menor de jóvenes en edad de
trabajar y que solo con la inmigración se palia un poco.
¿Cómo es posible que no nos demos
cuenta de que ese no es el camino? ¿Quién o quienes están tan interesados en
mantener este drama y esta sangría poblacional? ¿Serán los que ganan dinero con
el aborto, tanto al cobrar por practicarlo como vendiendo por piezas los niños
abortados?
¡Quién sabe!
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