Aunque en las sociedades democráticas, como
la nuestra, se habla mucho de libertad de expresión, de tolerancia, de respeto,
parece que impera demasiado el principio del pensamiento único. Sabemos que los
asuntos se pueden afrontar de distintas maneras, desde diferentes puntos de
vista y alternativas, pero en muchas ocasiones se impone una determinada tesis,
que se defiende como la única, aunque existen otras opciones. Desde el siglo
XX, denominado el siglo de las ideologías,
han surgido grandes movimientos sociales y de pensamiento, con el consiguiente
adoctrinamiento de masas por parte de los medios de comunicación, de la
propaganda, y de otros procedimientos más groseros. Comprobamos así que cada
ideología se ve a sí misma como la depositaria de las ideas que pueden resolver
cualquier problema de la sociedad, ya sea presente o futuro. Esto convierte a
la ideología en un dogmatismo, pues se cierra a las ideas de los demás como
posible fuente de soluciones a los problemas que se plantean en el día a día.
Un ejemplo de estas observaciones podemos
encontrarlo en el debate sobre el aborto. Aunque haya muchas derivaciones, en
él se aborda, en el fondo, un asunto tan simple y complejo a la vez, como es la
vida del ser humano. Sorprende que algo tan evidente pueda despertar posturas
enfrentadas, argumentos opuestos, opiniones dispares, muchas veces ambiguas,
cuando no absurdas. Vemos incluso que, con el fin de hacer prevalecer el propio
juicio, se manipula el lenguaje de forma descarada, creando así confusión y
dudas entre las personas.
El aborto es un drama, tanto para el ser
humano que es eliminado, como para la madre, que tal vez se ha visto obligada a
deshacerse de su hijo por diversos motivos, aun sin querer llegar a ese
extremo. A nadie se le oculta que en muchas situaciones el embarazo supone un
problema muy grave. Y ante ese inconveniente, se propone una solución, que se
presenta como la única: eliminemos a ese embrión o feto (ser humano al fin y a
la postre), que es la fuente de todos los males. Sin embargo, esta “solución”
no es eficaz, porque en realidad no solventa los males provocados, no nos lleva
a ninguna parte y, peor todavía, provoca efectos secundarios perversos. Cuando
una mujer aborta, suele tener una serie de problemas psíquicos que duran mucho
tiempo; de esto no se habla porque no interesa. Además, se impide el
crecimiento de la población, con el consiguiente inconveniente socio-económico
que esto conlleva. Y sobre todo, estamos destrozando los resortes morales de
una sociedad tan enferma, que liquida a sus propios miembros y se vanagloria de
ello proclamándolo como un derecho, al tiempo que desprecia abiertamente la
vida.
Pero da la casualidad de que hay otras
soluciones para el problema del aborto, que pasan por ayudar a la mujer
embarazada a que pueda salir adelante, conocer a su hijo y disfrutar de él.
Parece sencillo, ¿verdad? Pues no lo es. Porque cuando se proponen medidas
concretas para que una mujer no se vea obligada a abortar, se desestiman por
una serie de razones que, en el fondo, resultan puramente ideológicas: “la
mujer tiene derecho a interrumpir el embarazo”; “la mujer decide qué hacer con
su cuerpo”, etc.
Vale, eso está muy bien. Pero, ¿qué pasa con
el niño? ¿Y la madre? Si estamos proponiendo resolver los problemas, ayudando
con acciones específicas para aliviar una situación muy complicada, pero
salvando una vida y evitando un mal trago a la mujer. Si no estamos atentando
contra la libertad de nadie; simplemente, estamos planteando otras alternativas
que respetan la vida y apoyan la maternidad. Es igual. Estas proposiciones son
incorrectas políticamente, se alejan de unos presupuestos ideológicos
determinados, y, por tanto, no son de recibo.
Pues nada, adelante con los faroles. Sin
embargo, después de todo esto, tal vez nos quede una duda: ¿de verdad queremos
buscar soluciones a los problemas, o más bien tratamos de imponer unos
determinados criterios, a cualquier precio? De ser así, me temo que corremos el
riesgo de caer en el sectarismo, definido como fanatismo e intransigencia en la
defensa de una idea o una ideología.
Isidoro Candel Gil
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