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domingo, 8 de mayo de 2016

LOS PROFESIONALES OPINAN

CUANDO LA CIENCIA LO LLAMA MUERTE Y LOS POLÍTICOS LIBERTAD.

En 1857, la Corte Suprema de los Estados Unidos, redactó una trascendental sentencia en respuesta a una demanda judicial que interpuso un esclavo de ascendencia africana llamado Dred Scott, exigiendo su libertad. El veredicto con la que el presidente del alto tribunal, el juez Roger Taney, zanjó la cuestión se hizo famoso: los negros no tenían “derechos que el hombre blanco estuviera obligado a respetar” y “un negro de la raza africana, no es un ciudadano.
En 1935 el gobierno alemán de Adolf Hitler (elegido por cauces democráticos), aprobó las leyes de Núremberg, que fueron redactadas por el jurista y político Wilhelm Frick, en su cargo de Ministro de Interior del Reich. Una de estas normas, la llamada Ley de Desnacionalización,retira la condición de “ciudadanos” a los judíos.



En 2007, se promulga la Ley de Investigación biomédica, en la que se introduce en España un nuevo concepto para referirse al ser humano en su fase embrionaria, que no aparece en ningún tratado científico: “preembrión”.
Estas tres disposiciones legales tienen en común el propósito de retirar la dignidad de “ciudadano” a individuos pertenecientes a la especie Homo Sapiens, en contra del sentido común y la ciencia, en aras de la ideología y de espurios intereses.
El objetivo es evidente: considerar a determinados colectivos humanos como cosas (reificar) y no como personas, permite tratarlos como pura mercancía; porque las cosas no tienen dignidad ni son titulares de derechos. Llamando a un ser humano “preembrión”, es menos duro experimentar con él, destruirlo, clonarlo, etc; porque ya no es considerado “alguien”, sino “algo”.
Pero si aquel juez Taney, o el ministro Frick, hubieran accedido a los avances tecnológicos de hoy, quizá habrían podido convencerse empíricamente de que lo que identifica a un judío, afroamericano o nasciturus, como pertenecientes a la especie humana, es el código genético contenido en el ADN (genotipo), y no su apariencia, credo o procedencia.


Del mismo modo, un cigoto (primera célula del embrión), un feto de diez semanas, un bebé recién nacido, un adolescente de dieciséis años y un anciano de ochenta, ofrecen poco parecido, siendo no obstante, el mismo individuo en distintas etapas de su ciclo vital, como demuestra su patrón cromosómico (cariotipo). Pero la ciencia es arrinconada cuando se trata de ideología:
En 2010 se publica en nuestro país una nueva ley del aborto. En ella se legaliza y liberaliza la muerte violenta de un ser humano de hasta catorce semanas de vida (art. 14), salvo que presente alguna discapacidad; en cuyo caso el plazo para eliminarlo se amplía (art. 15b), dejando claro que para el legislador una persona discapacitada es menos digna del regalo que es la vida.
Esta mentalidad eugenésica provoca, por ejemplo, que el 95% de los bebés con indicios de presentar Síndrome de Down sean descuartizados en el interior del útero materno, antes de ser arrojados al contenedor, por el simple motivo de que no cumplen con los estándares de calidad de nuestra sociedad materialista. ¿Alguien se ha preguntado si las personas con Síndrome de Down son felices?


En 2011 la “American Journal of Medical Genetics”, publicó varios estudios relacionados con las personas que presentan Síndrome de Down y sus familias. Los resultados de esta investigación nos deberían hacer pensar:  El 99% de personas con este síndrome manifestaron que eran felices con sus vidas.  El 97% de los padres de hijos con este síndrome se sentían orgullosos de ellos. El 88% de los hermanos mayores declaró que gracias a ellos eran mejores personas.
Para rematar, en el artículo 3.2 de esta ley se reconoce el “derecho a la maternidad libremente decidida”. Se ignora, de nuevo, otra verdad científica. Una mujer embarazada tiene dos opciones: ser madre de un hijo vivo o madre de un hijo muerto. Ninguna embarazada puede decidir ser madre o no serlo; porque biológicamente ya lo es y, si no quiere dar a luz, tendrá que permitir un acto violento contra el hijo que vive en sus entrañas y contra ella. Sufriendo después el llamado: “Síndrome postaborto”.
Los libertadores de la mujer embarazada debieran reflexionar sobre lo que Mariela, víctima del aborto, cuenta sobre ellos: “Sólo quería que alguien con palabras suaves me consolara; pero no lo encontré, la única opción que me dieron fue que me deshiciera de mi hijo”.
La verdadera libertad es la “capacidad de desear y elegir el bien”, y la maternidad, aún siendo imprevista, es un bien que las instituciones debieran proteger. El problema es que el feminismo radical se ha inoculado en todos los partidos políticos con representación parlamentaria en España, y muchos se han creído lo que proclamaba su ideóloga Simone de Beauvoir: “el feto es un invasor extraño que le roba a la mujer su individualidad”, curiosa manera de describir a un hijo. Pobrecilla, no es de extrañar que fuera denunciada por corrupción de menores.
Así pues, la disfunción moral y científica de amplios sectores del parlamento español, les hace concebir la maternidad no como un regalo, sino como una injusticia que la malvada naturaleza ejerce contra la mujer. Como sentencia María Elósegui, “para Beauvoir la mujer es un hombre con un cuerpo molesto”.
Las evidencias científicas de que el aborto supone la muerte violenta de un ser humano son tan clamorosas, que sus ideólogos se ven obligados a retorcer el lenguaje, para manipular las conciencias de los ciudadanos. En este sentido, ya George Orwell, autor de la célebre novela “1984”, una visión profética sobre la degradación socio-política actual, explicaba que la primera tarea de toda ideología totalitaria era renombrar el mundo, a través de la manipulación del sentido de las palabras. “Deconstruyendo” el lenguaje actual y creando uno nuevo, pretenden disimular la realidad. Así, se elimina de la legislación la palabra “aborto”, cambiándola por “derecho reproductivo”, o se introducen palabros nuevos como “preembrión”.
Del mismo modo, se sabe que las trabajadoras de los abortorios tienen prohibido pronunciar las palabras: “bebé”, “hijo” o “madre”. En relación con esto, es famosa la frase del Dr. Randall, antiguo abortista: “A ellas no se les permite nunca mirar la pantalla de ultrasonidos, porque sabemos que si lo hacen y escuchan el sonido del corazón, no querrían hacerse el aborto”. La ideología abortista intenta, por tanto, instrumentalizar los derechos del hombre contra el propio hombre y contra la familia, esperanza de la sociedad.


Es una “cultura de muerte”: hace pocos días, la presidenciable estadounidense Hillary Clinton, cuya campaña electoral recibe enormes donaciones de la multinacional del aborto Planned Parenthood, afirmó en una entrevista que “la persona no nacida carece de derechos constitucionales” ¿recuerdan la sentencia del juez Taney? No es de extrañar, entonces, que parlamentos elegidos democráticamente estén promoviendo leyes que admiten el “exterminio decidido”: en España, dos millones de vidas apagadas por el aborto, desde 1985.
Paradójicamente, en la actualidad, como en el pasado, las ideas separadas de la verdad provocan que, en pos del progreso y la libertad, se legalice e institucionalice la muerte.
Deseo finalizar recordando un infame comentario que voceó el dueño del abortorio “Dator” al médico Provida Jesús Póveda: “Hasta yo me asombro de las cosas de que soy capaz por dinero”. Al que yo añado una última reflexión:
“Hasta yo me asombro de las cosas que son capaces de hacer algunos políticos por ideología”
En fin, ¿qué insondable misterio será este por el cuál a veces preferimos violencia y muerte, a ternura y vida?

Javier Morote Martínez

Miembro de Cieza+Vida.

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